Contaba Rubén Enrique Brieva “El Dadi” que desde chico en su casa, su padre, que era el que mandaba, se sentaba en la mesa a comer el pollo y agarraba las dos patas, una con cada mano y se las comía, que sus hermanas comían pechugas y su madre muslos y al pobre Rubencito siempre le quedaba el… si, el “culo”. Los años pasaron y ahora el macho de la casa es él, se sienta a la mesa y ve con amor como sus hijos comen patas y muslos su mujer come pechugas y a él le sigue tocando la misma área del cuerpo del gentil plumífero.
¿Quién se llevó el manual? ¿Dónde perdimos el rumbo? ¿Porque seguimos siendo tan dependientes?
El negocio de los pollos en la argentina está planchado y para colmo los productores negociaron con el gobierno soluciones alternativas para tapar agujeros, como compensaciones para mantener el valor del producto bajo y que el mismo sea accesible para el público en general.
A simple vista y de entrada nomás estamos hablando de una solución de corto plazo, si a eso le sumamos, la realidad mundial donde el valor del pollo está por la nubes y no se exporta nada y como corolario el hecho de que los gobernantes; en este país como en la mayoría, pero en este país mas; cumplen a medias con los compromisos ya que a la fecha hace unos cuantos meses que de las compensaciones no se sabe nada. Además tienen casi sin darse cuenta y seguramente sin quererlo un socio que ha decidido cuánto vale lo que venden. Cuando desde que estudiamos en la secundaria sabíamos que el valor de los productos los pone un juego entre productor / vendedor y el consumidor y se basa en cuanto estoy dispuesto a pagar por el producto o servicio en cuestión.
Nacimos hace 200 años bajo una canción que nos sigue poniendo la piel de gallina, vaya paradoja ya que hablamos del pollo, una canción que denomina el grito sagrado” al triplete de la palabra libertad, a la que llamamos himno y que culmina con la promesa “oh juremos con gloria morir”. Sin embargo los años fueron pasando y algún poeta que nos retrató perfectamente nos inventó un nuevo himno, que no cantamos por vergüenza, pero que nos describe de cuerpo entero con la frase “el que no llora no mama y el que no afana es un gil”. Los argentinos hemos perdido nuestra madurez para ser cada vez mas adolecentes e incluso niños que reclaman por necesidades, se portan bien y la mamá estado le otorga el fruto de la lisonja.
Da la sensación de que ya no tenemos la libertad como tatuada en la frente, y no estamos tan dispuestos a morir con gloria, parecería que relegamos libertades con el compromiso de que se nos deje vivir aunque tengamos más pinta de gallinas que el producto que sacamos al mercado.
¿Cuánto hace que no se reclama lo que corresponde en lugar de lo que hace falta? ¿Porque nos quedamos tranquilos si se comprometen a cubrirnos la diferencia? Permitimos que se inserte un tercero, un nuevo socio, en nuestro negocio que se compromete con algo que no sabemos si necesariamente se va a cumplir y al final el negocio pende de un hilo por culpa de quien no les cumplió y también por culpa de quien “transo” un acuerdo ad-hoc para que nada cambie.
Mi viejo decía “En un negocio no se pide lo que se necesita sino lo que vale ese producto o servicio, Si aún así no te alcanza es porque el negocio está mal planteado, pero si te la pasas apuntando a cubrir las necesidades estarás tapando constantemente agujeros”.
Cuando los productores se juntaron con el Secretario de Comercio por el tema del valor del pollo para el mercado interno, este les prometió compensaciones y de esta manera mantenía el producto estable para el público general. De más está decir que los insumos aumentaron, ni hablar del maíz y para colmo las compensaciones… bien, gracias.
Las cosas cambiaron hoy en Buenos Aires se consiguen 3 kilos de pata muslo a $34 pesos, y no habría problemas como en lo de Brieva. De todos modos y gracias a Dios el “Dadi” hoy es un humorista exitoso y se puede dar el gusto de pedir a la rotisería una porción de pata muslo con papas. Y ya está, tapaste la peor parte, porque al final lo importante es que perdió el derecho que le correspondía sobre las cosas, la autoridad ya no le pertenece, es terreno cedido y como en la guerra, terreno cedido es terreno ganado, por el otro. Ahora mandan los que antes no mandaban ni les corresponde mandar, porque los que deberíamos mandar los dejamos, nos resultó más simple, a corto plazo claro.
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